EL GRAN TESORO
La Eucaristía no sólo es un gran tesoro, podríamos decir que es el tesoro más grande del mundo. Mucho más importante que el oro o las piedras preciosas. Vale más que todo el universo con todas las estrellas y galaxias. Vale más que los ángeles y que todos los santos, incluida la misma Virgen María, porque la Eucaristía es Jesucristo, el Dueño, Señor y Creador de todo lo que existe.
Sin embargo, hay quienes no entienden que, al hablar de la Eucaristía, no estamos hablando de un pan bendito o de una cosa buena, sino de Alguien, de una persona, de Jesús. Por eso, quizás no lo valoran lo suficiente y su fe es demasiado pequeña para reconocerlo bajo la apariencia de un pequeño pedazo de pan.
Muchos católicos no lo aman, no le dan importancia, y para ellos Jesús Eucaristía es como si no existiera, porque no se aprovechan de su presencia cercana en este sacramento. Es lo que les pasaba a tantos judíos del tiempo de Jesús, que lo tenían muy cerca, pero no creían en Él o simplemente no se daban tiempo para ir a oír sus palabras o visitarlo.
Los reyes magos hicieron un largo y peligroso camino para encontrar a Jesús y quedaron felices de haberlo encontrado. Había valido la pena todo su esfuerzo; porque, al fin, lo encontraron y descubrieron que Él era su Dios. Fueron los primeros no judíos que lo reconocieron como Dios y lo adoraron. Los pastores también hicieron un esfuerzo para ir en plena noche a visitarlo, llevándole algunos regalos y no quedaron defraudados. ¿Y nosotros? ¿No valdrá la pena hacer cualquier esfuerzo para visitar a Jesús? ¿No valdrá un poco de nuestro tiempo? ¿O acaso nuestra fe es tan escasa que no creemos que verdaderamente en la hostia consagrada está el mismo Jesús de Nazaret, el mismo Jesús, que nació en Belén y murió en la cruz?
Si supiéramos que en una isla perdida hay un gran tesoro y nos dieran la oportunidad de ir a encontrarlo con la garantía de que sería todo para nosotros, ¿no valdría la pena arriesgarse para encontrarlo y ser ricos para toda la vida? ¿Y Jesús no es el tesoro más grande del mundo? La isla del tesoro no está muy lejana, no necesitamos viajar a países lejanos y desconocidos. Jesús está muy cerca, en el sagrario de nuestras iglesias, pero hay que tener fe para verlo con los ojos del alma, con los ojos de la fe.
Dice santa Ángela de Foligno: A veces, veo la hostia con un resplandor y una belleza muy grandes, más que si fuese el resplandor del sol. Por esa belleza, comprendo con certeza que estoy viendo a Dios sin ninguna duda... En la hostia aparece una belleza más hermosa y más grande que la del sol... En ocasiones, veo en la hostia dos ojos luminosísimos tan grandes que de la hostia sólo parecen quedar los bordes. Una vez, me fueron mostrados esos ojos y disfruté de tanta belleza y de tanto deleite que jamás podré olvidarlo por el resto de mi vida... Jesús resplandecía de belleza y de gracia y parecía un niño de doce años. Me sentía tan colmada de alegría que creo que no me olvidaré de ella por toda la eternidad. Y me comunicó tal certeza que no puedo dudar de nada y de ninguna manera. Todo mi gozo consistió en la contemplación de esa belleza inestimable.
Jesús Eucaristía es el Rey de reyes y Señor de los señores, el Rey del universo, el Señor de la historia, el amigo de los hombres, el hijo de María, el niño de Belén, el Salvador del mundo, que se ha quedado junto a nosotros para ser nuestro compañero de camino y para que podamos acudir a Él fácilmente, cuando tengamos necesidad. Y nos sigue esperando para sanarnos, bendecirnos, alegrarnos y darnos su amor y paz. Su consultorio es el sagrario. Él es el mejor médico, siquiatra y sicólogo del mundo. Atiende gratis las 24 horas de cada día y no necesitamos sacar cita para ser recibidos por Él. Además, Él lo sabe todo y sabe cuáles son nuestros males y necesidades antes de que se las digamos. Él nos espera. ¿Hasta cuándo? ¿Somos tan ricos que no necesitamos de su amor? Dice Jesús: Donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón (Mt 6, 21). ¿Cuál es nuestro tesoro más importante? ¿Qué buscamos con más ansiedad y deseo en nuestra vida? ¿Es Jesús? Pues en la Eucaristía lo encontraremos. ¿Y qué tesoro podemos desear que sea mejor y más importante que el mismo Jesús?
EUCARISTÍA Y SANACIÓN
La Eucaristía es fuente de luz y de amor para los que se acercan a Jesús. También es fuente de salud para los que se acercan con fe, como la mujer hemorroísa del Evangelio. La hermana Briege McKenna nos cuenta algunos de estos milagros en su libro Los milagros sí ocurren.
Dice: Un día me telefoneó un sacerdote muy angustiado y asustado. Acababa de saber que tenía cáncer en las cuerdas vocales y que, dentro de tres semanas, tendrían que extirparle la laringe. Me dijo que estaba desesperado, había sido ordenado apenas hacía seis años. Al orar con él, sentí que el Señor quería que yo le hablara de la Eucaristía. Le dije: "Padre, yo puedo orar por usted ahora por teléfono y lo haré. Pero ¿esta mañana no tuvo un encuentro con Jesús? ¿No se encuentra con él cada día? Padre, cada día, cuando celebra la misa, cuando toma la hostia sagrada, usted se encuentra con Jesús. ¿Se da cuenta de que Jesús pasa a través de su garganta? No hay nadie mejor a quien ir sino a Jesús. Pídale a Jesús que lo sane".
Lo oí llorar por teléfono. Y se despidió dándome las gracias. Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había desaparecido y que sus cuerdas vocales estaban como nuevas. Nunca supe su nombre. Pero un año después, tuve noticias de él a través de un amigo suyo. Antes de su enfermedad, este sacerdote joven había dejado de celebrar la misa diaria excepto los domingos. Él tomaba la misa muy a la ligera. Y Dios usó esta experiencia del cáncer para transformar su vida. Este sacerdote fue sanado completamente, no sólo físicamente. Se volvió un sacerdote centrado en la Eucaristía. La Eucaristía se volvió para él, un momento de encuentro con Jesús vivo.
Otra sanación ocurrió en Sydney, Australia. Una mujer fue a un lugar, donde el padre Kevin y yo estábamos hablando. Ella se me acercó en un pasillo para pedirme que orara por ella. Estaba desesperada, porque padecía un cáncer al estómago. Tenía un tumor que le causaba una gran hinchazón. Los médicos le dijeron que no tenía caso operarla, porque el tumor se había extendido demasiado.
Yo sabía que habría una misa esa tarde, así que le dije que iba a orar por ella, pero que asistiera también a la misa y le pidiera a Jesús que la sanara. Su preocupación más grande era el miedo a la muerte. Yo le dije: "Vaya a encontrarse con Jesús en la Eucaristía. Jesús le dará la fortaleza para enfrentar cualquier cosa que se presente en su vida. Si Él ha decidido que cruce el umbral de la muerte, Él le dará la gracia de atravesar la puerta sin ese miedo terrible. Y, si ha de vivir, Él le dará la gracia de vivir"... Por la noche, cuando teníamos un encuentro con una gran multitud, vino corriendo por el pasillo, se arrojó en mis brazos y me dijo:
Hermana, sucedió, sucedió.
¿Qué sucedió?
Míreme. Vine esta mañana. Asistí a la misa como me dijo. Cuando me levanté para comulgar, me dije: En unos minutos voy a encontrarme con Jesús. Voy a recibirlo en mi corazón y le pediré que me ayude... Tan pronto como sentí la hostia en mi lengua, sentí como si algo me quemara la garganta y me llegara hasta el estómago. Miré mi estómago y la protuberancia había desaparecido.
El padre Emiliano Tardif, estando predicando en Tahití, Polinesia francesa, dice: El testimonio que más me impresionó fue el de un hombre que estaba completamente ciego de un ojo, con el otro veía muy poco, y dentro de poco tiempo tendría que operarse. Durante la misa de los enfermos, precisamente en el momento de la elevación de la hostia, vio una gran luz en la iglesia y sus ojos se abrieron. ¡Había sanado!.
Y sigue diciendo: Estando en Brazzaville, Zaire, durante la misa por los enfermos yo prediqué sobre la Eucaristía como sacramento de curación y el Señor vino a confirmar su presencia real en la hostia consagrada, curando a dos paralíticos. Una mujer de unos 35 años había sido llevada en una camilla. Ella yacía paralítica en cama desde hacía dos años y medio. El Señor la levantó después de la comunión... En ese momento, otro hombre paralítico, que había sido llevado en brazos por su familia, también se levantó y caminó solo, tranquilamente, avanzando hasta el altar. Las curaciones de todo tipo se multiplicaban. Jesús volvía a decir a su pueblo: No teman. He aquí a su Dios.
Ciertamente, Jesús está vivo y presente en la Eucaristía y puede hacer hoy los mismos milagros que hacía hace dos mil años.
texto sacado del libro:
LA EUCARISTÍA
EL TESORO MÁS GRANDE DEL MUNDO
LA EUCARISTÍA
EL TESORO MÁS GRANDE DEL MUNDO
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
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