22 jul 2008

UNA EXTRAÑA HUÉSPED


Este texto es un fragmento del libro de
SOR MARÍA NATALIA MAGDOLNA

Desde temprana edad percibió claramente su vocación religiosa y a los diecisiete años entró al convento de Pozsony. A los treinta y tres, sus superioras la enviaron a Bélgica de donde volvió al poco tiempo porque se enfermó y la regresaron a Hungría, su patria, donde vivió en los conventos de Budapest y Keeskemet.
En Hungría empezó a tener locuciones interiores y visiones sobre el destino de Hungría y del mundo, aunque ya de niña había tenido fuertes experiencias místicas. Estos mensajes son un llamado a la reparación de los pecados, a la enmienda y a la devoción al Corazón Inmaculado de María como la Victoriosa Reina del Mundo. La mayoría de estos mensajes los escribió entre los años 1939 y 1943.


LA VICTORIOSA
REINA DEL MUNDO


Una extraña huésped
Empecé a leer la Santa Biblia a escondidas. Lo primero que me llegó a fondo fue: "No juzgues para que no te juzguen y lo que tú hagas por el más pequeño de mis hermanos, Me lo haces a Mí".
Cuando tenía catorce años hice el voto de la Tercera Orden de los Franciscanos, y a los quince se vio claramente que yo no quería casarme. Sólo Jesús me atraía constantemente. Con los ojos de mi alma vi a mi alrededor a reyes y pordioseros. Observé a los unos en su gran pompa pasajera mientras veía a los otros en su tremenda pero también pasajera pobreza. ¿A quién le daría mi amor? Decidí dárselo al que siempre vive y siempre se regocija en mi amor: a Jesús.
De mis ocho hermanos, hoy sólo sobrevivimos un hermano y yo. Mi hermana Stephanie, que también fue religiosa, había muerto. Ella me ayudaba mucho cuando aún estábamos en nuestra casa. Los domingos, cuando mi madre nos dejaba limpiando la cocina después de la comida, nos turnábamos haciendo esta tarea. Cuando me tocaba a mí, Stephanie siempre me mandaba a rezar y ella hacía mi tarea, quizás porque nunca me peleaba con ella y porque sabía cómo me gustaba orar.
Una tarde de verano, cerca de la puesta del sol, me senté en silencio detrás de la casa, en el primer peldaño de la escalera. Al ver la belleza del cielo, sentí como si mi alma fuera a volar hacia allá. De repente se abrió la reja del jardín y entró una mujer. Yo brinqué y corrí hacia ella. Era hermosa y una felicidad devota y sobrenatural irradiaba de ella. Dijo:
–Quizás ésta va a ser la casa donde se me reciba. Me cerraron las puertas en las otras casas a donde llegué. "No hay lugar", me dijeron. En otras partes me sacaron sin ninguna explicación. Empecé en esta hilera de casas y no me he pasado ninguna desde el gran puente hasta acá.
Miré su cara y me di cuenta que era un alma devota y que amaba a Dios.
–Me gusta la gente de buen corazón –dijo de nuevo–. ¿Me das un lugar para hospedarme?
–¡Sí! –le dije.
Corrí dentro de la casa hacia mi madre. Rápidamente le describí a la huésped: "Es una Señora hermosa, diferente de nosotros; su falda es oscura y cubre sus tobillos; pide quedarse con nosotros esta noche. Ni siquiera pide una cama, una silla es suficiente o un banco". Después de esto corrí con mi padre. Él era un hombre serio y preguntó: "¿Quién es esta desconocida?" Yo se la describí con miedo que la despidiera. Pero mi padre estuvo de acuerdo a que se quedara. "Mira, pequeña mía, –me dijo–, de algún modo podemos acomodar a la inesperada huésped; no tenemos muchos espacio, pero déjala que se quede".
La noche estaba fría, por eso hicimos un poco de fuego en la casa. La Señora se sentó en una silla en la cocina y yo me senté a su lado en el suelo. Empezó a hablarme del Cielo. Yo escuchaba todas sus palabras y mi alma se regocijaba de felicidad. Le pregunté si quería comer con nosotros, pero ella sólo pidió un poquito de pan y té. Mientras nosotros comíamos, ella me habló de la vida de los Santos; de san Francisco de Asís. Yo le dije que quería servir muchísimo a Dios y ser religiosa.
–Lo serás –dijo, y su voz era firme.
–¿De dónde viene? –le pregunté.
–Vengo de Viena, de un claustro.
–¿De veras? –le dije con alegría–. Por favor, lléveme allí a mí también; no importa que yo sea aún pequeña –le supliqué.
–A dónde voy yo ahora, no te puedo llevar. Pero sí, más tarde –me contestó.
La campana de la iglesia tocó el Ángelus. La señora estaba absorta en oración, parecía ensimismada, de toda su persona irradiaba majestad y belleza celestiales. Yo estaba asustada, solamente más tarde me di cuenta que era Nuestra Madre Santísima.
Era tiempo de ir a la cama. Le dije a la Señora, bajando mis ojos de vergüenza, que nosotros no teníamos una recámara para huéspedes, así que ella tenía que dormir en la mía mientras que mis padres irían a otro cuarto. Ella estuvo de acuerdo con el acomodo.
–Nosotras tendremos lugar suficiente –dijo.
Mi corazón se alegró. Yo era una muchacha delgada y le dije que podía quitarse su pequeño chal.
–No importa –ella dijo sonriendo. Pero se lo quitó igualmente. Su hermoso pelo cayó como un velo, denso y fluido como una cascada. Corrí donde mi padre y le dije:
–Papi, yo no sé qué hacer. Le pedí a la señora si quería dormir conmigo.
–Está bien, si tú lo quieres. Pero si ella no quiere ir a la cama, déjala dormir en la silla. Yo me acostaré en la banca del otro cuarto; de este modo estaré cerca por si algo pasa.
Regresé con la señora. Nos sentamos en la cama sin quitarnos la ropa. Ella me platicó durante toda la noche acerca del Cielo. No pude cerrar los ojos por lo bonito y hermoso de su plática. Por la madrugada le dije que yo iría a misa. Ella quiso ir conmigo.
Durante la misa casi no me atreví a moverme. Fuimos juntas a comulgar. Después de la misa un acólito vino a decirme:
–El señor cura quiere hablarte.
–Voy en seguida, pero déjame acompañar a mi huésped afuera del pueblo.
En efecto la señora estaba tomando el camino de Stomfa, un pueblo cercano. Le pregunté si conocía el camino, y le expliqué:
–Primero sube usted al cerro, luego bajando verá en seguida las casas del pueblo.
Ella me dio las gracias por pasar la noche en mi casa. Una vez más le dije:
–Me gustaría ser religiosa.
–¡Laudetur Jesus Christus! –me contestó en latín (Alabado sea Jesucristo).
Después de haber dado unos pasos, me volteé para verla de nuevo, porque era difícil separarme de ella; y cuál fue mi sorpresa, no la vi por ningún lado. En mi infantil ingenuidad pensé: "Quizás, ¡ni el Señor Jesús la puede alcanzar!
Mientras tanto el señor cura me estaba esperando con impaciencia.
–¿Quién era esa señora, Marikita? –me preguntó–. ¡Por cierto no era de este mundo!
–A mí me dijo que si yo rezo mucho podré ser religiosa –le contesté con un cierto orgullo de niña.
El sacerdote estuvo un poco pensativo, después me dijo:
–Yo vacilé en darle la comunión. Cuando le ofrecí la sagrada Hostia, su rostro estaba esplendoroso, lleno de luz; y luz también salía de su boca. La sagrada Hostia voló de mis dedos. Ella tomó la comunión en esta luz. Realmente tuve miedo de este fenómeno extraordinario. Ella misma me pareció la eternidad gloriosa. Aun en la sacristía seguí temblando.
Muerte pospuesta
Cuando tenía treinta y tres años, mis superiores me mandaron a Bélgica. Nuestro convento tenía pocas religiosas que pudieran llevar adelante los trabajos materiales. Aunque yo no era muy fuerte y con frecuencia me enfermaba, me gustaban los trabajos de la casa, como pintar, lavar los trastes, limpiar los baños, acarrear el carbón a las estufas, y hasta el trabajo del establo. Cuando tenía un poco de tiempo, me gustaba leer. Sin embargo, por estos trabajos pesados, me adelgacé muchísimo, hasta quedarme en los huesos. Mi superiora tuvo miedo de que yo no resistiera mucho e hizo saber a la superiora de la Casa Madre de Pozsony (Bratislava) que, humanamente hablando, yo no tenía mucho tiempo de vida.
Una noche el Señor me dijo:
–Tú me pediste que querías imitarme y que Yo te llevara conmigo cuando tuvieras treinta y tres años. Ha llegado la hora: te estoy llamando. Pero si tú aceptas seguir sufriendo en la tierra para salvar almas, yo puedo prolongar tu vida.
Le contesté que yo deseaba sufrir para salvar muchas almas del infierno. Entonces Él me prometió que me dejaría en la tierra para que pudiera salvar las almas inmortales de los hombres; le dije:
–Jesús, dame la gracia de poder consolarte hasta que sea una anciana, y cuando muera, déjame llevar almas al Cielo hasta el final de los tiempos. Concédeme que yo pueda orar ante miles de sagrarios abandonados mientras Tú permanezcas en la tierra en la sagrada Hostia.
Jesús me lo prometió. Después me dijo:
–¿Qué más deseas pedirme en tus treinta y tres años?
–¿Qué más puedes darme, si Tú te das a mí totalmente? –le contesté.
–Tienes razón; Yo no puedo dar más que a Mí mismo; pero pídeme algo para ti misma. La profundidad del pozo de mi gracia es infinita.
–Mi querido Jesús, puesto que has vivido entre nosotros treinta y tres años, te pido que nos des 33 regalos.
–¡Está bien! Yo te daré estos regalos para honrar a mi Madre. Estas 33 promesas se realizarán en los que, con un corazón puro, un deseo sincero y un ferviente amor, consuelen al Inmaculado Corazón de mi Madre.
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14 jul 2008

MAS ALLÁ DEL SUFRIMIENTO




L SUFRIMIENTO NOS LLEVA A DIOS
Hay quienes, ante el sufrimiento de la vida, se rebelan contra Dios y le echan las culpas de todas sus desgracias. Le dicen: ¿Por qué me has hecho esto? Prefiero morir a vivir. Quiero suicidarme, así no vale la pena vivir. Algunos le exigen la salud, como si fuera un derecho adquirido, y dicen: Si no tuviera hijos que cuidar… Si estuviese solo, pero tengo una familia que alimentar y tengo muchos problemas que resolver y muchos planes que realizar. Pareciera que le dicen a Dios que ellos son seres indispensables en el mundo.
Algunos gritan, diciendo: ¿Por qué? Yo soy bueno. ¿Por qué me castigas? Oh Dios, mátame si quieres, pero que no dé pena a los demás, que no haga gastar dinero a mis familiares, que no sea un cacharro inútil para los demás… Y Dios no responde, y calla y perdona y aguanta con paciencia todos los insultos e incomprensiones.
Pero Dios no se divierte ni se lo pasa en grande viéndote sufrir, como si tu dolor y tu enfermedad fueran caprichos de su entretenimiento para los ratos libres. En cambio, se siente muy contento, cuanto ve que tú te realizas a través del dolor y maduras y llegas a ser mejor y más feliz. La peor desgracia que le puede pasar a un hombre no es estar enfermo, sino ser un inútil que no sirve para "nada" y que, al morir, se sienta vacío por dentro por haber desperdiciado su vida. Pero si ama y ofrece su dolor, aunque esté en una silla de ruedas, su vida estará plena de sentido y se realizará como persona y será feliz.
Decía Nicolás Wolterstorff: "Dios es amor y nos ama. Por eso, "sufre" al ver nuestro mundo pecaminoso lleno de sufrimiento. Amar es sufrir. De ahí que podemos decir que las lágrimas de Dios son el secreto de la historia humana".
Hay una leyenda china que cuenta el caso de una pareja de ancianos, que deseaban ardientemente tener un hijo. Después de varios años de esterilidad, por fin tuvieron un hijo. El día después de su nacimiento, los visitó un ángel de Dios y les dijo que podían pedirle cualquier cosa, que Dios se la concedería. Después de mucho pensarlo, le pidieron para su hijo que nunca tuviera sufrimientos ni enfermedades en la vida. El ángel les dijo que Dios podía concedérselo, pero que lo pensaran bien, porque, en su opinión, no era lo más conveniente para él. Pero ellos insistieron tanto que, al fin, Dios se lo concedió.
Y dice la leyenda que, felizmente, estos ancianos esposos no vivieron el tiempo suficiente para ver crecer a su hijo, que llegó a ser el más grande tirano que existió en toda la comarca.
¿Por qué? Porque el sufrimiento nos lleva a Dios, que es amor. Nos hace más sensibles ante el sufrimiento de los demás y nos ayuda a madurar personalmente. El hombre que no ha sufrido, no tendrá la madurez suficiente para amar de verdad y será más duro e insensible ante el dolor de los demás. Por eso, dice un dicho antiguo: "quien no sabe de dolores, no sabe de amores".
El sufrimiento es un tesoro de Dios, un instrumento de Dios para acercarnos más a Él, si sabemos aceptarlo con amor. De otro modo, puede ser un medio de desesperación para el que no tiene fe y sólo piensa en terminar con todo cuanto antes y suicidarse.
Dice Luis Gastón de Segur que, de mil personas que hay en el infierno, probablemente novecientas noventa estarían ahora en el cielo o, al menos, en el purgatorio, si hubiesen sido ciegas, paralíticas, sordomudas o afligidas por alguna enfermedad. Y de los mil que hay en el purgatorio, probablemente estarían novecientas noventa ya en el cielo, si hubiesen tenido alguna enfermedad, que los hubiera hecho más humildes y maduros en la fe y en el amor.
Alguien ha dicho que los buenos enfermos son como las estaciones de gasolina, a donde acuden los que quieren llenar su corazón vacío de amor. Hablar con buenos enfermos ayuda a los sanos a ver la vida en otra perspectiva, porque todos, tarde o temprano, pasaremos por la enfermedad. Los buenos enfermos son bienhechores de la humanidad y ayudan como misioneros en la gran tarea de la salvación del mundo.
En 1928 Margarita Godet quería ser apóstol misionera, pero estaba inmovilizada por la enfermedad y se ofreció como enferma misionera por los seminaristas de las Misiones extranjeras de París. Así comenzó la Unión de los enfermos misioneros, que se compromete a ofrecer diariamente su dolor por las misiones.
También existe la Fraternidad cristiana de enfermos, fundada por el sacerdote Henry François en Verdún (Francia), en 1942, para enfermos, ancianos o minusválidos para fomentar la unión y fraternidad entre ellos y enseñarles a aceptar su dolor y ofrecerlo por la salvación del mundo.

OFRECIMIENTO DEL DOLOR
El sufrimiento es parte integrante de la vida humana. No hay nadie que, tarde o temprano, no participe de él. Por eso, debemos aprender a llevar nuestra cruz de cada día, como nos dice Jesús, y saber ofrecerla para darle un valor sobrenatural. De ahí que sea importante aprender a tener espíritu de sacrificio y no buscar siempre el placer por el placer.
Nuestra Madre la Virgen, en muchas de sus apariciones, nos habla de ofrecer sacrificios voluntarios por la conversión de los pecadores. En Fátima le decía a Lucía: "Orad y haced sacrificios por los pecadores, porque van muchas almas al infierno, porque no hay quien se sacrifique ni ore por ellas" (13 de agosto de 1917).
Este espíritu de sacrificio por la conversión de los pecadores, lo aprendieron muy bien los tres pastorcitos. A veces, daban su comida a las ovejas o a niños pobres o comían bellotas amargas o no bebían agua en pleno calor y decían: "Oh Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores".
Evidentemente, el sufrimiento por sí mismo no vale nada, si es que no se ofrece con amor y por amor. Pero, cuando se ofrece a Dios con amor, tiene un gran valor redentor en unión con los méritos de Jesús.
Por eso, debemos pensar en tantas personas que están alejadas de Dios y que están en peligro de condenación eterna por sus propios pecados. Pero, si nosotros ofrecemos por ellos nuestras oraciones y sacrificios, Dios les puede conceder gracias extraordinarias, que pueden conseguirles su conversión y salvación.
Si san Agustín no hubiera tenido una madre tan santa como santa Mónica, quizás nunca se hubiera convertido ni hubiera llegado a ser el gran santo que todos conocemos. Si tú fueras más generoso con Dios y ofrecieras todos tus sufrimientos y enfermedades por la salvación de tu familia, quizás Dios podía haber salvado hace muchos años algún antepasado tuyo o algún familiar actual que va por mal camino. La oración traspasa las fronteras del tiempo o del espacio. Ora por todos tus antepasados y familiares, presentes y futuros. Hay motivos más que suficientes para ofrecer todo lo que sufres. Y ¡cuántos podrán salvarse por tu generosidad! Pero ¡cuántos también podrán condenarse por su culpa, pero porque no han tenido familiares generosos, que los han encomendado al Señor! ¡Ofrece tu dolor a Dios y Él te bendecirá a ti y a tu familia!
No puedes imaginar todo lo que vale el sufrimiento, ofrecido con amor. Sólo en el cielo lo comprenderás. Allí encontrarás miles y miles de hijos espirituales, a quienes has salvado con tu dolor amoroso o con tu amor doloroso.
Cuando tengas mucho que sufrir, celebra tu propia misa y di como el sacerdote: "Esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros". Sí, este cuerpo tuyo ofrécelo y entrégalo como ofrenda a Jesús para que, en unión con Él, puedas ofrecer tus sufrimientos al Padre por la salvación del mundo. Así tu vida será una misa permanente, en unión con Jesús.
Nos los dice Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los focolares:
"Si sufres mucho y tu sufrir te impide cualquier otra actividad, acuérdate de la misa. En la misa, Jesús, ahora como entonces, no trabaja ni predica, Jesús se sacrifica por amor. En la vida se pueden hacer muchas cosas, decir muchas palabras, pero la voz del dolor, aunque sea sorda y desconocida a los otros, es la palabra más fuerte, aquélla que penetra el cielo. Si sufres, mete tu corazón en el Corazón de Jesús. Di tu misa. Ofrécete con Jesús por la salvación del mundo. Y, si el mundo no te comprende, no te turbes, basta que lo comprendan Jesús y María, los ángeles y los santos. Vive con ellos y deja correr tu sangre en beneficio de la humanidad. La misa es un misterio demasiado grande para poder comprenderla. Su misa y tu misa, Jesús y tú, su amor y tu amor, podéis salvar al mundo".
Por eso, decía Susana Fouché: "Yo he tomado mis dolores en mis manos como un instrumento de trabajo para la salvación del mundo". ¿Estás tú también dispuesto a ofrecer tu vida por la salvación de tus hermanos? Jesús está esperando tu respuesta y cuenta contigo. No lo defraudes. Jesús podría decirte:


"Yo soy tu Dios y pienso en ti. Dispongo todas las cosas para tu bien, aunque no lo comprendas. Acepta con serenidad y paz todo lo que disponga para ti y ofréceme con amor tus sufrimientos. Sólo así podremos estar unidos y tener un solo corazón. Si experimentas cansancio, échate en mis brazos. Si estás triste, ven a Mí y duérmete tranquilo entre mis brazos.
Hijo mío, ayer por la mañana te vi triste y pensé que querías hablar conmigo. Al llegar la tarde, te di una hermosa puesta de sol y esperé, pero nada… Te vi dormir en la noche y te envié rayos de luna para besar tu frente y esperé hasta la mañana; pero tú, con tu prisa, tampoco me hablaste. Entonces, tus lagrimas se mezclaron con las mías que caían con la lluvia del día. Hoy sigues triste y quisiera consolarte con mis rayos de sol, con mi cielo azul, con mis hermosas flores. Quisiera gritarte que te amo, que no tengas miedo de acercarte a Mí para pedirme ayuda, que me dejes entrar en tu corazón y que me entregues todo el peso de tus problemas y todo lo que te hace sufrir.
¿No escuchas mi voz en el fondo de tu alma? Ya sé que estás muy ocupado, puedo seguir esperándote, porque te amo. Pero no olvides que te espero, porque quiero verte contento y feliz".
texto sacado del libro "Mas allá del sufrimiento" de :
P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.
LIMA – PERÚ
2004
Vinculo interno de este blog para seguir leyendo sobre este tema el libro:http://sufrimientoredentor.blogspot.com/

3 jul 2008

EL GRAN TESORO




EL GRAN TESORO
La Eucaristía no sólo es un gran tesoro, podríamos decir que es el tesoro más grande del mundo. Mucho más importante que el oro o las piedras preciosas. Vale más que todo el universo con todas las estrellas y galaxias. Vale más que los ángeles y que todos los santos, incluida la misma Virgen María, porque la Eucaristía es Jesucristo, el Dueño, Señor y Creador de todo lo que existe.
Sin embargo, hay quienes no entienden que, al hablar de la Eucaristía, no estamos hablando de un pan bendito o de una cosa buena, sino de Alguien, de una persona, de Jesús. Por eso, quizás no lo valoran lo suficiente y su fe es demasiado pequeña para reconocerlo bajo la apariencia de un pequeño pedazo de pan.
Muchos católicos no lo aman, no le dan importancia, y para ellos Jesús Eucaristía es como si no existiera, porque no se aprovechan de su presencia cercana en este sacramento. Es lo que les pasaba a tantos judíos del tiempo de Jesús, que lo tenían muy cerca, pero no creían en Él o simplemente no se daban tiempo para ir a oír sus palabras o visitarlo.
Los reyes magos hicieron un largo y peligroso camino para encontrar a Jesús y quedaron felices de haberlo encontrado. Había valido la pena todo su esfuerzo; porque, al fin, lo encontraron y descubrieron que Él era su Dios. Fueron los primeros no judíos que lo reconocieron como Dios y lo adoraron. Los pastores también hicieron un esfuerzo para ir en plena noche a visitarlo, llevándole algunos regalos y no quedaron defraudados. ¿Y nosotros? ¿No valdrá la pena hacer cualquier esfuerzo para visitar a Jesús? ¿No valdrá un poco de nuestro tiempo? ¿O acaso nuestra fe es tan escasa que no creemos que verdaderamente en la hostia consagrada está el mismo Jesús de Nazaret, el mismo Jesús, que nació en Belén y murió en la cruz?
Si supiéramos que en una isla perdida hay un gran tesoro y nos dieran la oportunidad de ir a encontrarlo con la garantía de que sería todo para nosotros, ¿no valdría la pena arriesgarse para encontrarlo y ser ricos para toda la vida? ¿Y Jesús no es el tesoro más grande del mundo? La isla del tesoro no está muy lejana, no necesitamos viajar a países lejanos y desconocidos. Jesús está muy cerca, en el sagrario de nuestras iglesias, pero hay que tener fe para verlo con los ojos del alma, con los ojos de la fe.
Dice santa Ángela de Foligno: A veces, veo la hostia con un resplandor y una belleza muy grandes, más que si fuese el resplandor del sol. Por esa belleza, comprendo con certeza que estoy viendo a Dios sin ninguna duda... En la hostia aparece una belleza más hermosa y más grande que la del sol... En ocasiones, veo en la hostia dos ojos luminosísimos tan grandes que de la hostia sólo parecen quedar los bordes. Una vez, me fueron mostrados esos ojos y disfruté de tanta belleza y de tanto deleite que jamás podré olvidarlo por el resto de mi vida... Jesús resplandecía de belleza y de gracia y parecía un niño de doce años. Me sentía tan colmada de alegría que creo que no me olvidaré de ella por toda la eternidad. Y me comunicó tal certeza que no puedo dudar de nada y de ninguna manera. Todo mi gozo consistió en la contemplación de esa belleza inestimable.
Jesús Eucaristía es el Rey de reyes y Señor de los señores, el Rey del universo, el Señor de la historia, el amigo de los hombres, el hijo de María, el niño de Belén, el Salvador del mundo, que se ha quedado junto a nosotros para ser nuestro compañero de camino y para que podamos acudir a Él fácilmente, cuando tengamos necesidad. Y nos sigue esperando para sanarnos, bendecirnos, alegrarnos y darnos su amor y paz. Su consultorio es el sagrario. Él es el mejor médico, siquiatra y sicólogo del mundo. Atiende gratis las 24 horas de cada día y no necesitamos sacar cita para ser recibidos por Él. Además, Él lo sabe todo y sabe cuáles son nuestros males y necesidades antes de que se las digamos. Él nos espera. ¿Hasta cuándo? ¿Somos tan ricos que no necesitamos de su amor? Dice Jesús: Donde está vuestro tesoro, allí también estará vuestro corazón (Mt 6, 21). ¿Cuál es nuestro tesoro más importante? ¿Qué buscamos con más ansiedad y deseo en nuestra vida? ¿Es Jesús? Pues en la Eucaristía lo encontraremos. ¿Y qué tesoro podemos desear que sea mejor y más importante que el mismo Jesús?

EUCARISTÍA Y SANACIÓN
La Eucaristía es fuente de luz y de amor para los que se acercan a Jesús. También es fuente de salud para los que se acercan con fe, como la mujer hemorroísa del Evangelio. La hermana Briege McKenna nos cuenta algunos de estos milagros en su libro Los milagros sí ocurren.
Dice: Un día me telefoneó un sacerdote muy angustiado y asustado. Acababa de saber que tenía cáncer en las cuerdas vocales y que, dentro de tres semanas, tendrían que extirparle la laringe. Me dijo que estaba desesperado, había sido ordenado apenas hacía seis años. Al orar con él, sentí que el Señor quería que yo le hablara de la Eucaristía. Le dije: "Padre, yo puedo orar por usted ahora por teléfono y lo haré. Pero ¿esta mañana no tuvo un encuentro con Jesús? ¿No se encuentra con él cada día? Padre, cada día, cuando celebra la misa, cuando toma la hostia sagrada, usted se encuentra con Jesús. ¿Se da cuenta de que Jesús pasa a través de su garganta? No hay nadie mejor a quien ir sino a Jesús. Pídale a Jesús que lo sane".
Lo oí llorar por teléfono. Y se despidió dándome las gracias. Tres semanas después, ingresó al hospital para ser operado. Me llamó más tarde para decirme que la cirugía no se realizó. Los médicos descubrieron que el cáncer había desaparecido y que sus cuerdas vocales estaban como nuevas. Nunca supe su nombre. Pero un año después, tuve noticias de él a través de un amigo suyo. Antes de su enfermedad, este sacerdote joven había dejado de celebrar la misa diaria excepto los domingos. Él tomaba la misa muy a la ligera. Y Dios usó esta experiencia del cáncer para transformar su vida. Este sacerdote fue sanado completamente, no sólo físicamente. Se volvió un sacerdote centrado en la Eucaristía. La Eucaristía se volvió para él, un momento de encuentro con Jesús vivo.
Otra sanación ocurrió en Sydney, Australia. Una mujer fue a un lugar, donde el padre Kevin y yo estábamos hablando. Ella se me acercó en un pasillo para pedirme que orara por ella. Estaba desesperada, porque padecía un cáncer al estómago. Tenía un tumor que le causaba una gran hinchazón. Los médicos le dijeron que no tenía caso operarla, porque el tumor se había extendido demasiado.
Yo sabía que habría una misa esa tarde, así que le dije que iba a orar por ella, pero que asistiera también a la misa y le pidiera a Jesús que la sanara. Su preocupación más grande era el miedo a la muerte. Yo le dije: "Vaya a encontrarse con Jesús en la Eucaristía. Jesús le dará la fortaleza para enfrentar cualquier cosa que se presente en su vida. Si Él ha decidido que cruce el umbral de la muerte, Él le dará la gracia de atravesar la puerta sin ese miedo terrible. Y, si ha de vivir, Él le dará la gracia de vivir"... Por la noche, cuando teníamos un encuentro con una gran multitud, vino corriendo por el pasillo, se arrojó en mis brazos y me dijo:
Hermana, sucedió, sucedió.
¿Qué sucedió?
Míreme. Vine esta mañana. Asistí a la misa como me dijo. Cuando me levanté para comulgar, me dije: En unos minutos voy a encontrarme con Jesús. Voy a recibirlo en mi corazón y le pediré que me ayude... Tan pronto como sentí la hostia en mi lengua, sentí como si algo me quemara la garganta y me llegara hasta el estómago. Miré mi estómago y la protuberancia había desaparecido.
El padre Emiliano Tardif, estando predicando en Tahití, Polinesia francesa, dice: El testimonio que más me impresionó fue el de un hombre que estaba completamente ciego de un ojo, con el otro veía muy poco, y dentro de poco tiempo tendría que operarse. Durante la misa de los enfermos, precisamente en el momento de la elevación de la hostia, vio una gran luz en la iglesia y sus ojos se abrieron. ¡Había sanado!.
Y sigue diciendo: Estando en Brazzaville, Zaire, durante la misa por los enfermos yo prediqué sobre la Eucaristía como sacramento de curación y el Señor vino a confirmar su presencia real en la hostia consagrada, curando a dos paralíticos. Una mujer de unos 35 años había sido llevada en una camilla. Ella yacía paralítica en cama desde hacía dos años y medio. El Señor la levantó después de la comunión... En ese momento, otro hombre paralítico, que había sido llevado en brazos por su familia, también se levantó y caminó solo, tranquilamente, avanzando hasta el altar. Las curaciones de todo tipo se multiplicaban. Jesús volvía a decir a su pueblo: No teman. He aquí a su Dios.
Ciertamente, Jesús está vivo y presente en la Eucaristía y puede hacer hoy los mismos milagros que hacía hace dos mil años.


texto sacado del libro:
LA EUCARISTÍA
EL TESORO MÁS GRANDE DEL MUNDO



P. ÁNGEL PEÑA O.A.R.

JESUS ESTÁ VIVO